La Postmodernidad se produce tras la Edad Moderna, que abarca desde el siglo XV hasta la caída del Muro de Berlín (1989). Los pensadores postmodernos como Lyotard, Vattimo o Baudrillard, consideran que la sociedad occidental ha perdido toda posibilidad de encontrar un criterio universal de verdad y de justicia, pues ni el sistema hegeliano ni el comunismo tras la disolución de la Unión Soviética pueden confortar y ofrecer respuestas. Los postmodernos acusan así a los modernos de ser eurocéntricos y de intentar imponer los valores culturales de la sociedad occidental a otras culturas. Por su parte, los filósofos que hoy siguen aceptando los ideales de la Modernidad critican a los postmodernos por no comprometerse con las injusticias y crueldades que asolan el mundo, y les acusa de ocultar el carácter neoconservador de sus ideas al pronunciarse muy débilmente por unos mínimos éticos que toda cultura, aun respetando su idiosincrasia, tendría que asumir.
En la base de la Postmodernidad hay una visión negativa de la historia y del progreso. Para los filósofos postmodernos poco queda del proyecto ilustrado que quiso desarrollar una ciencia objetiva y una moralidad universal. La constatación de este hecho provocó en el pensamiento postmoderno una actitud de rechazo a la ontología de la filosofía occidental y c, con ello, el fin de la Modernidad. Mientras la epistemología de la Modernidad distingue entre un sujeto cognoscente y un objeto que conocer, en la Postmodernidad tal distinción se difumina y el campo del saber y del lenguaje se caracterizan por la multiplicidad y las ramificaciones que unen al conocimiento con el poder. Por ello, la Postmodernidad describe nuestra época como una realidad inestable y plural, y ofrece una visión de la actualidad repleta de provisionalidad y heterogeneidad.
Las garantías cognitivas que ofrecían las metafísicas occidentales han desaparecido. Se ansía un orden y una meta, pero estos no se encuentran en una realidad que continuamente se metamorfosea y cuyo devenir supone la alteración inmediata de los valores. No hay ya reglas preestablecidas, ni existe la capacidad de juzgar con base en unos principios lógicos, pues lo contradictorio y lo fragmentario han sustituido cualquier criterio a priori.
La Postmodernidad afirma que todo pensamiento opera en términos paradójicos dando lugar a una multiplicidad de códigos y una heterogeneidad de paradigmas.
Si la Modernidad nos acercó a la consistencia entre causa-efecto y a la racionalidad de la lógica aristotélica, la Postmodernidad nos presenta categorías antagónicas, como la disyunción, la simultaneidad y el pluralismo. Ya no existe ninguna autoridad epistemológica, ningún modelo a seguir y ninguna estrategia cognitiva que se imponga a las demás. En definitiva, la Postmodernidad rechaza los conceptos de verdad, de validez, de justicia y de gusto estético que distinguió Kant y que se articularon durante la Modernidad.
En síntesis, pueden señalase como los rasgos más significativos de la cultura postmoderna:
*El rechazo a la noción tradicional de verdad y de progreso.
*La incredulidad ante los metarrelatos y las grandes cosmovisiones de la historia.
*La ausencia de verdades absolutas y sagradas y, en consecuencia, la aceptación de una postura ecléctica y relativista extrema.
*La consideración de la diversidad cultural, de las cuestiones de género y de los movimientos poscoloniales y antipatriarcales.
(Amparo Zacarés Pamblanco, Clara Fuster González, Andrea Belenchón Marco. Historia de la Filosofía. 2º Bachillerato. Editorial Mc Graw Hill. Madrid. 2016)